En hotelería, cada decisión arquitectónica o de marca tiene consecuencias directas sobre la rentabilidad. Sin embargo, muchos proyectos nacen con defectos de origen que podrían evitarse con un enfoque más técnico y menos intuitivo. Estos son los errores más frecuentes que cometen los constructores al diseñar un hotel, y por qué cuestan caro.
1. Confundir la marca con el logo
La identidad visual es solo la superficie. La marca real está en el concepto, el público, la experiencia, el interiorismo y hasta en la tarifa. La recordación es irrelevante si no se generan ventas; nadie reserva un hotel por el logo, a menos que sea Hilton o Marriott, sino por cómo logra que cada detalle hable el mismo lenguaje. Cuando el logo se convierte en el centro, se pierde la coherencia que sostiene el negocio.
2. Crear la marca sin investigación de mercado
Diseñar sin datos es construir sobre arena. Antes de definir el nombre o el estilo, hay que entender al viajero: de dónde viene, cuánto gasta, qué busca y qué no encuentra. Las tendencias cambian rápido, pero los prejuicios de los turistas pesan más: a veces el público local no los entiende o no los comparte, y sin embargo pueden ser el detonante de toda la venta, y un estudio de mercado bien hecho evita repetir modelos agotados o invertir en conceptos que no tienen demanda.
3. Dejar la marca para el final
En la mayoría de proyectos, la marca llega cuando ya no puede influir. Se hace cuando el edificio está definido o construido, y entonces todo debe adaptarse a lo que ya existe. En hotelería, la marca debe nacer antes de la arquitectura. Es la guía que define los espacios, los materiales y hasta el tipo de experiencia que se va a ofrecer. Recuerda que la marca es todo menos el logo.
4. No analizar operadores ni competencia
Entender cómo funcionan los competidores, qué indicadores manejan y cómo se comporta la ocupación permite evitar errores estructurales desde el diseño. Un operador con experiencia puede anticipar problemas que el arquitecto o el constructor no ven. Es clave saber qué hay y qué falta, qué vende y qué no, y comparar con ciudades similares en otros países y con la nueva hotelería global: analizar interiorismo, oferta y tarifa para crear un producto atractivo, con el número correcto de habitaciones que se convierta en una verdadera máquina de vender.
5. Diseñar según el gusto personal
Los hoteles que se construyen desde el ego —del dueño o del arquitecto— suelen fracasar en su propósito comercial. Un buen diseño hotelero no busca agradar a su creador, sino a su huésped. Cada metro cuadrado debe responder a un flujo operativo, a una necesidad del cliente y a una lógica financiera. Por esto la marca es tan importante, y hacer un proceso serio desde el inicio con gente experta es vital para darle al proyecto mayores posibilidades de competir.
Como desarrollador y operador hotelero, he visto estos errores repetirse una y otra vez. Muchos proyectos fracasan no porque falte dinero o arquitectura, sino porque nadie pensó en el huésped, ni en cómo se iba a operar el hotel. Creen que la marca se resuelve con un logo, cuando en realidad es el alma del negocio. Cada decisión, desde la tarifa hasta el tipo de silla en el lobby, comunica una intención. Si esa intención no está clara desde el principio, el proyecto nace sin identidad y sin rumbo.
Por eso insisto tanto en que los constructores deben rodearse de gente que entienda de hotelería desde adentro: operadores, diseñadores especializados, analistas de mercado. No se trata de construir edificios, sino de crear productos que funcionen, que vendan, que emocionen. La diferencia entre un hotel exitoso y uno vacío está en los detalles que nadie quiso analizar al principio.

